Reseña: Familia, Migración y Precariedad

man and woman walking with there kid on dirt road
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Por: David Yépez Valencia

¿Cómo volver a un país de donde saliste derrotado cuando es necesario acercarse al círculo familiar en situaciones de crisis? Un lugar caracterizado por las casi nulas garantías de seguridad laboral y oportunidades visibles de crecimiento profesional. Esto, incluso desde un punto de vista crítico, puede parecer demasiado desalentador para cualquier lector que se tope con un artículo de opinión; sin embargo, el cuestionamiento está sujeto a una montaña rusa de experiencias y testimonios delimitados por el riesgo y el fracaso al emprender, los incontables encuentros con el crimen, las injusticias de una institucionalidad intervenida y algo que se conoce en la jerga popular como “viveza criolla”; nada más aberrante que aquella manifestación filosófica de querer obtener una ventaja evitando los conceptos de ética, moral, valores y simples principios de comunión y convivencia.

Ecuador es eso, un territorio poco amigable para emprender cualquier proyecto artístico. Para empezar, me remito a mi experiencia personal: en 2011 y 2013 fui víctima de la delincuencia, en ambas ocasiones perdí instrumentos, dinero, posesiones materiales y muchas horas de trabajo. En 2015, después de regresar de un respiro en el extranjero, emprendí una promotora que, después de tres conciertos, se vio obligada a cerrar por la falta de un engranaje que facilite su crecimiento y expansión. En 2018 volvió esa necesidad imperante de migrar para sacar adelante el cuarto álbum de mi proyecto musical. Ahora, tratando de evitar la subjetivización de la historia, ¿por qué no dirigirse a los inagotables testimonios de todos los personajes trágicamente enmarañados en esta red que aprisiona a aquellos que escogieron como profesión la música, el arte en sus distintas vertientes y/o la gestión cultural? Festivales masivos que no han pasado de una primera edición o batallan por una segunda; agencias, colectivos, fundaciones o promotoras con deudas imposibles de financiar por intentar acoplarse a las nuevas formas de consumo; artistas atrapados en banales ciclos de reinvención; instituciones culturales ahogadas en el inútil despilfarro y en la falta de visión a futuro… Cabría extender la lista de descripciones, pero creo que el sentido ya es comprensible y suficiente para delimitar el siguiente y principal cuestionamiento de esta nota:

Dentro de la adversidad de un determinado territorio, ¿escogerían el vínculo familiar por sobre la oportunidad de escapar de la precariedad laboral?

Yo puedo asegurar que soy un producto de la migración, he salido dos veces de Ecuador: en la primera ocasión viví cerca de dos años en Barcelona y estudié una especialización en esa carrera de gestión cultural que aquí pongo en tela de juicio. Eso me permitió trabajar por primera vez en una empresa 100% dedicada a temas culturales, además de vivir en primera persona el sueño de girar con mi música en todo un continente. Ese segundo éxodo me trajo a mi ciudad actual, una que me brindó la oportunidad de trabajar en lo que me apasiona: uno de los festivales de música más grandes del mundo. Sí, estoy trabajando en aquello para lo que me especialicé; hice una tesis de maestría dedicada a la producción e impacto de festivales en economías locales; valga la breve aclaración. Esto sirve para hilar esta premisa de la cual surge un segundo cuestionamiento: ¿se podría conseguir esto en el Ecuador actual? Supongo que no, tomando en cuenta que la situación del país no ha cambiado en lo más mínimo en este frente; la precariedad como centro de la discusión.

En los últimos días he leído cientos de aseveraciones negativas respecto a la crisis y el manejo de los fondos del Estado en partidas presupuestarias asignadas a cultura, ¿pero de qué sirven las quejas en un país que perpetúa la precariedad de artistas y gestores? ¿Hay algún artista o empleado que no trabaje para una institución manejada con fondos públicos que pueda vivir con soltura de una actividad cultural dentro del país? Creo que el objetivo de esta columna es no dejar sueltas tantas interrogantes, al menos no aquellas asociadas a una situación inmutable ya que no tiene caso seguir discutiendo los motivos de este estancamiento. La única inquietud que se debería mantener es la que circunda esta triste realidad de tener que migrar para poder vivir de lo que te propones o de lo que alguna vez soñaste, pese a tener que abandonar indefinidamente la calidez de un abrazo familiar durante una crisis que te hace cuestionar: ¿qué tiene más peso para una generación anclada a la incertidumbre y el inexorable paso del tiempo?

Para intentar minimizar el posible exceso de negativismo en estas palabras, creo pertinente otorgar un nuevo significado de realización, tal vez algo que no sólo abrace ese costado anclado a las intermitentes ambiciones profesionales, pero que tampoco sofoque el sueño de escapar de la precariedad y es en esa dicotomía en donde el Estado debería intervenir para garantizar un mínimo de balance en esta lucha descorazonada entre la subsistencia y el corazón, familia o progreso; ambos conceptos no deberían separarse y tendrían que ser la base de esa tan ansiada realización como individuos dentro del nuevo orden mundial potenciado por el individualismo, el incesante control y la virtualización.

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