Reseña de Federico Balducci y Francisco Sanfuentes: Pas Perdu

Por: Eleonora Coloma Casaula

Entrance: sonoridades superpuestas cuyo dibujo se determina por como nacen y se mueren, dando inicio en cada ciclo a un nuevo horizonte. Una armonización que alterna timbres en la búsqueda de texturas diferentes que preparan la entrada de la guitarra, en una aparición que es envuelta por lo anterior, hasta que todo se silencia.

Bosque: texturas sonoras, que construyen un paisaje que se define en varias capas. Desde atrás, se dibuja la sonoridad de la guitarra que avanza en perspectiva hasta ponerse por delante. Se desarrolla un diálogo entre este fondo y este personaje, que parece un invitado. Se introduce un nuevo timbre que contrasta, parece el sonido de alguien que cava, cuya intermitencia abre una nueva subjetividad en el contexto de la paisaje que este mismo sonido inaugura. Luego, el lenguaje se expande en una armonía que recuerda parte de lo que fue Entrance. La sonoridad, en su desarrollo, se torna filosa y metálica recordando el habla de una máquina de ciencia ficción, lo que culmina en el sonido de la excavación.

Memento: el inicio de una suerte de motor de aire, cuya indefinición obstinada desencadena en una melodía. El recorrido nos invita a seguir con la mirada lo que desde nuestro oído se construye como un túnel. El sonido de una interferencia que nos impacta desde diferentes ángulos de la escucha, poniendo en duda el recorrido, haciéndonos oscilar entre la sensación de sueño y pesadilla. Posteriormente nos abrimos a un nuevo horizonte sonoro, un paisaje algo más homogéneo, cuyo ritmo recuerda el oleaje lejano en una playa que se aleja.

Pasos: el sonido de lo que parece una excavación vuelve como protagonista. Ya no sabemos si se trata de una acción mecánica o los pasos de un ser de ciencia ficción. En una dimensión que guarda distancia de este personaje, se desarrolla una sonoridad que poco a poco se va adelantando hasta que sus frecuencias agudas nos alcanzan incisivamente tocándonos. Lo diáfano de la guitarra alcanza con suavidad lo que nos recuerda el agua corriendo. Todo termina entremezclándose en un paisaje complejo de gran densidad que de manera paulatina y sosegada va definiéndose en capas más delgadas cuyo textura es más aprehensible que lo anterior, en lo que podríamos definir sensorialmente como la disminución del hoyo de un túnel.

Quien me sigue: una melodía que se construye en el alcance territorial de un tipo de espacialidad por medio del sonido. Nuevamente los agudos incisivos, y el relieve de los ciclos frecuenciales construye el camino de la escucha, produciendo una sensación de vaivén, de dar vueltas en círculos como podría ser un recorrido infinito dentro de un caracol inmenso. En cada vuelta una nueva luz, un nuevo color, aunque no estamos seguros si volvemos a repetir un mismo ciclo, cuyo recorrido es quizás, algo más extenso. De pronto, el camino nos lleva a un espacio más abierto. Nuevamente reconocemos el sonido de algo que recuerda el viento y el mar, una sensación de abertura bañada de luz solar.

En todo su esplendor: la insistencia de sonidos graves adelantan la presencia de pasos de un ser inmenso de color gris brillante, que con potencia de una garganta fuerte, grita, alcanzando su sonido, alturas inimaginables. Mientras lo escucho, observo su avance, como si sus pasos resonaran en la explanada que recorre, transformándola. El paisaje de alrededor cambia constantemente conforme al tamaño de sus movimientos. El gris se junta con el verde oscuro, el verde oscuro con el negro y luego desaparece.

Quizás más adelante: la guitarra ahora es la protagonista, pero no solo la guitarra. La acción del traslado de los dedos por los diferentes trastes suena, evidenciando la presencia de quien toca. Es imposible desligar el movimiento del cuerpo, del sonido que alcanza. Más atrás, se vislumbra un paisaje sonoro que hace de telón de fondo evidenciando colores naranjas y rojos que contrastan con la figura de quien toca, quien esta más adelante. De pronto, desaparece, solo queda el paisaje como espacio vacío que suena inevitablemente.

Y ahora: el recorrido de un cristal cuyos brillos celestes alcanzan de pronto el frente para volver atrás. En esta insistencia nuestro cuerpo se mueve, en un nuevo vaivén que desde lo alto se interna en una suerte de profundidad, atravesada por rayos que dibujan trazos de color gris oscuro que desaparecen. La sonoridad recuerda el frío del hielo y el sonido de un viento de dientes afilados que de pronto por el advenimiento de una textura de mayor alcance pareciera variar su temperatura hacia lo más templado, aunque no lo más luminoso. Un calor que te adormece y te lleva al descanso.

Exit: nuevamente un sonido obstinado, como el de la excavación del comienzo, pero ahora, su textura se presenta en una indefinición, que se hace algo más gruesa que en las apariciones anteriores. Se entremezcla con acordes que armonizan diferentes planos sonoros. La guitarra nos vuelve a algo cálido. Del silencio vuelve a aparecer la excavación como primer plano, entremezclándose con otra sonoridad también obstinada, que ahora es electrónica y metálica. Los agudos nos tocan el oído insistentemente y la excavación da paso al silencio. 

Fecha de lanzamiento: 22 de enero de 2020


Sobre la autora: Eleonora Coloma Casaula es compositora de la Universidad de Chile, con los grados de Licenciatura en Teoría de la música (1994), Licenciatura en Composición (2002) y Magister en composición (2000). Desde el 2010 colabora como académica al Departamento de Danza de la misma casa de estudios y desde el 2019 forma parte también del  Departamento de Música desempeñándose como profesora a cargo de la línea Interdisciplina para la carrera de Composición. En 2017 obtiene el grado de Doctor en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte, desarrollando una tesis sobre los vínculos entre danza y música desde un análisis del/de la intérprete. 

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