Reflexión: El silencio de las ciudades

Foto de: Gonzalo Estupiñán
Por: David Yépez Valencia

Diciembre 2020, Quito en pandemia, una ciudad que si bien nunca fue lo suficientemente activa en términos musicales, siempre guardaba algo de brillo en sus dinámicas de barrio; ahora, 9 meses después de haber sido azotada por el inevitable desaliento que trajo consigo la COVID-19 y unos 4 años de un gobierno teñido por incontables casos de abuso y corrupción, la capital de la República del Ecuador luce, a primera vista, como un pueblo fantasma, con un centro turístico paralisado, con cientos de locales comerciales en situación de abandono y con sus calles totalmente silenciosas al término del día, de cualquier día, incluso de un viernes de fiesta o de un sábado familiar. El miedo y la resiliencia se han apoderado de una urbe caracterizada por la desconfianza y por un latente individualismo. ¿Por qué iniciar un texto con este halo de pesimismo? Creo que es una forma de abrir una discusión enfocada hacia la profundización de una de las relaciones culturales más agridulces que he podido espectar, una creada a partir de la música y su capacidad de influencia en la activación económica de una ciudad. Desde mi visión, siempre sentí una gran atracción hacia ese poder de congregación que la música ejerce sobre una ciudad y sus dinámicas; Detroit y el techno, Chicago y el house, Leeds, Manchester y Sheffield con el post-punk, synthpop y el sonido Madchester, respectivamente; Berlín con el krautrock, y ¿Quito? ¿Cuál es el sonido asociado a una ciudad con identidades dispersas? ¿Alguna vez la música en Ecuador se convirtió en una estadística valiosa para medir el Producto Interno Bruto o cualquier variable de crecimiento económico? ¿Recuerdan algún movimiento, aparte de la tecnocumbia, que se haya masificado de tal forma que pueda considerarse un hito sociocultural en un país como el nuestro?

Hace tiempo debatía con una famosa twittera quiteña, defensora de los derechos humanos, ella cuestionaba la empatía solicitada por los músicos dentro de una de las peores crisis por las que este gremio está atravesando con la imposibilidad de ofrecer conciertos en vivo; de hecho, llegó a manifestar que ser músico es una profesión no esencial y que no se debe priorizar, pero entonces, ¿qué pasa con los que de alguna forma escogimos esta profesión? ¿Acaso los músicos debemos siempre vivir en precariedad? Si incluso fuera de la pandemia, ser músico en algunos territorios significa no tener un trabajo asegurado o tener que buscar una forma de vida haciendo otras cosas que ni siquiera están en nuestros ámbitos de preparación. Históricamente, la relación de Ecuador con su música se manifiesta de acuerdo a calendarios festivos y rituales de las culturas indígenas, una idea expandida hacia los géneros musicales y su estrecha relación con las divisiones de clase, hecho que viene de siglos pasados: la importación de danzas europeas, géneros nacidos desde los salones de la aristocracia frente a manifestaciones propias como el sanjuán, concebidos en dinámicas populares y sectores mestizos, fenómenos que ciertamente encerraron a la música ecuatoriana y la destinaron a ser un arte centralizado, con un foco regional y estrictamente asociado a sus etnias; básicamente un apartado folclórico y no universal, incapaz de masificarse en un contexto externo a su respectiva identidad. Y aquella música que no está asociada al folclore, cualquiera que se haga partiendo de cualquier gusto subjetivo o influencia externa, es un pasatiempo, uno que nunca nos dará los ingresos necesarios para poder alimentarse o vivir dignamente. La música en Ecuador es entretenimiento y pasatiempo, y ser músico significa ser un profesional no esencial y bohemio que seguro puede aguantarse las ganas de comer o tal vez pasarlas con un poco de alcohol; y sí, con esto volvemos a caer en el folclore, y en una historia que viene desde la colonia. ¿Por qué esta diversidad de la música no puede revolucionar su propio territorio? ¿Por qué en su mayoría las figuras no folclorizadas y no sexualizadas no pueden crecer como artistas? ¿Qué hace falta para que un público masivo se apropie de más manifestaciones musicales de un país y las adopte como un lenguaje de revolución? Me temo que por ahora tengo más dudas que certezas, naturales de casi toda una vida profesional teniendo que migrar para alcanzar un reconocimiento que no se puede tener en un territorio sin un apartado cultural cohesionado. Tal vez, dentro de toda esa pomposa multiculturalidad, el individualismo innato y/o adquirido siempre sobresale y coarta cualquier posible anhelo de desarrollo, integración y potenciación de ese bienestar común. Tal vez, si leen entre líneas, o si yo lo vuelvo a hacer, podremos encontrar aquí las respuestas.

En fin, para los quiteños, ¿qué significa la música para esta ciudad? Y para aquellos que me leen en otros territorios, ¿qué significa la música para sus ciudades?

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