
La primera vez que escuché el nuevo trabajo de Sexores, un hueco en el trayecto casi destrozó uno de los neumáticos de mi bicicleta. Llovía a cántaros y, de repente, como es habitual en estos días cambiantes de Bogotá, después de un sol radiante que podría caer fácilmente en el cliché llegaba el nubarrón. El totazo contra el hueco coincidió, afortunadamente, con esa atmósfera progresiva que se construye en “Las Aguas de los Bordes de Fuego”, resignificando así el caminar un par de cuadras luego en búsqueda de alguna manera de reparar la llanta. El camino y la posterior espera abrieron la puerta a diversos pensamientos de la mano del nuevo trabajo de la banda originaria de Quito. Un trabajo anhelado, sin duda, tras una pausa de varios años y lo que significó “X” como bandera y marca de una década de trabajo.

Ese caminar, escuchar, sentir la bici, andar el viaje. Ese volver a casa, cambiar de ropa y recogerse en el abrigo para escuchar de nuevo. Ese movimiento, el choque y sus múltiples posibilidades, me parece, nos lleva a reflexionar acerca del trabajo de Bahamonde y Yépez. Si el cuerpo es la medida del espacio, la comprobación ―más o menos amable― de su realidad y la herramienta que lo dimensiona, puede que el sonido sea, por su parte, la forma en que dicho espacio se define y se dialoga, se identifica, recrea y reproduce en función de una identidad y la manera en cómo se pone en tensión con los distintos contextos a los que se somete. Este noción del cuerpo, por supuesto, en tanto herramienta, en tanto realidad, no solamente se construye como una dimensión limitada a lo individual; hablamos de cuerpos históricos, políticos, racializados, sexualizados y, en general, constituidos por las formas del discurso que dictan y dictaminan esas materialidades. Así las cosas, esa experiencia personal, del que va en la bici por una ciudad sin nombre, se redefine al nombrar y darle sentido a ese espacio a través del sonido que lo significa. Dicho sentido, por supuesto, configura una parte fundamental de su subjetividad y forma de interpretar el mundo en general.
De manera similar y, a lo mejor, mucho menos accidentada, el nuevo trabajo de Sexores se propone como una exploración sonora que busca aproximarse a la definición de este territorio andino nuestro. El álbum se presenta como una metáfora auditiva, buscando actualizar la manera en que se comprende América del Sur desde el plano musical. Parte de los ojos de quienes alguna vez nacieron en estas latitudes y que, debido a los gajes del esfuerzo, ahora lo recorren en el arte y las redes colaborativas de la escena del shoegaze y el darkwave latinoamericano. En colaboración con los hermanos de Buh Records (de quienes ya he tenido oportunidad de escribir en otras ocasiones), Mar del Sur es un trabajo que intenta redefinir poéticamente la fragmentaria identidad sudamericana. Tarea para muchos excesiva, sino imposible, justamente por la heterogeneidad que nos reúne en estos millones de kilómetros cuadrados que demarcan la extensión de esta parte del continente. Sin embargo, el trabajo es consciente de dicha dificultad y, si bien se presenta como un compendio de piezas que abordan propuestas concretas, logra producir una narrativa interesante donde la identidad sonora de la banda crea un hilo argumental definido, con variaciones que permiten aproximarse al entendimiento del conjunto a través de las partes. Aproximarse al álbum se asemeja más, si me lo permiten, a contemplar un árbol y las ramificaciones que se ofrecen a partir de su tronco, antes que a observar una arboleda. Volviendo a lo que planteaba en el inicio, ese cuerpo atravesado por el viaje, ya no de la bicicleta, el accidente y el usuario, sino de los músicos por el territorio latinoamericano que les ha visto formarse, se define, alimenta y constituye en función de una apuesta sonora que pretende dar a entender cómo se sitúa y negocia su identidad en relación con los contextos en que habita y los discursos que han atravesado, en este caso musicalmente, la experiencia de esta agrupación.
El tape en general ofrece un trabajo bien logrado, del que rescato con particular cariño un par de temas. Y, si bien mi amor y devoción al rap podría hacer previsible mi predilección por temas como “Biolumínica ft. DRK” (rapeado, por demás, en kichwa), en esta ocasión me quedo con “Las Aguas de los Bordes de Fuego” y “Albatros”. Siendo la primera, por supuesto, un recuerdo que me acompañará de ahora en adelante y uno de los temas que mejor consigue configurar una atmósfera inmersiva para quien escucha. Y, por su parte, siendo el segundo de los dos temas uno de los cierres más cautivadores que he escuchado en el último mes y en donde, por demás, considero que se realiza la premisa de la que parte este texto. Es decir, “Albatros” es un track en donde ese cuerpo, esa identidad social y política de la banda en tanto artistas latinoamericanos, se ve introyectada, no solo por las sonoridades de otras partes y sus influencias más notorias entre distorsiones y baterías propias del under, sino por la experiencia misma del viaje, el tiempo y por la intención de definir una identidad concreta en la música que hable a propósito de su lugar de enunciación y de partida (Oigan la armonía de esas percusiones y después charlamos). Mar del sur es, así, un disco con cuerpo, con cara, identidad y palabra en donde más que la recomendación del mes o cuestiones similares, quien lo escuche entra en medio de una reflexión poética a propósito de sí. Sin mencionar ―y ya con esto me despido―que la luminiscencia minimalista de las dos medusas propuestas por Yépez en la portada me parecen, más que acertadas, hermosas y un detalle no menor que suma a la apuesta estética del trabajo.